lunes, 6 de enero de 2014

La estatua de Valle-Inclán.

En mi época de universitario de Santiago de Compostela, hubo una temporada que tenía que comer fuera del piso, para cumplir con las exigencias del horario lectivo. Mi lugar preferido para comer fuera, era en la Alameda, en uno de esos bancos que miraban al casco viejo de la ciudad, situados de tal manera, que daban la espalda un camino de tierra del parque.
Pues bien, en la otra orilla de esa senda, están colocados varios bancos, también mirando hacia el casco viejo. Y en uno de esos bancos, instalaron la estatua de Ramón María del Valle-Inclán, uno de los escritores históricos de nuestra literatura.
Y en uno de esos días en los que disfrutaba, mientras comía, de la presencia imponente de la catedral, que se asomaba por encima del mar de tejados de las casas del casco viejo de la ciudad, oí unas vocecitas a mi espalda, justo donde se encontraba la efigie metálica del literato.
Allí, unos niños de primaria se había acercado a la estatua para insultarla, en un acto de protesta por haber tenido que leer los textos del susodicho autor en alguna de sus clases de lengua española, tachándolas de aburridas...
Fue una escena que me caló hondo, y que recuerdo hoy en día, que estoy peleando por acercar mi obra al gran público.
Pues creo que lo peor que podría pasarme, es que algún día me consagre tanto en esto de ser escritor, que lleguen a hacerme una estatua, y el día de mañana, cuando ya hubiera sufrido ese obligado trance de pasar a mejor vida, un niño se acerque a mi efigie inmortal y me insulte porque lo que leyó sobre mí en clase le resultó aburrido.
Entiendo que en los tiempos de Valle-Inclán había menos gente que sabía leer, y que estas pocas personas eran los intelectuales inquietos de su época (hoy en día, los llamarían frikis). Eran años en los que había que escribir para satisfacer la inquietud de estos intelectuales.
Sin embargo, los insultos de ese niño dejaron marca en mi propia alma, y por este motivo, solamente escribo un relato si me divierto con esa tarea, porque así, me aseguro de que el lector también se va a divertir leyendo mi historia.
Y con este espíritu escribo relatos como "La Asesina Escarlata". Puede que esta novela sea un poco brutal para el público infantil, pero no es así en todos sus párrafos. Si algún día llegan a publicar un extracto de mis obras en un libro de texto del futuro, me quedaré con la conciencia tranquila, seguro de que los infantes de las futuras generaciones van a disfrutar de esa lectura.
De hecho, tampoco creo que los sesudos escritos de los autores de la literatura española clásica sean actos para el público infantil. Y lo digo yo, que todavía me acuerdo de lo difícil que me resultó en su día entender el concepto de "esperpento" del ilustre Valle-Inclán.

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